Los seres humanos, conscientes instintivamente de las vibraciones estéticas de las plantas, que les producen solaz espiritual, se sienten felices y cómodos cuando viven en compañía de plantas.
En su nacimiento, matrimonio y muerte, las flores son indispensables, como en los banquetes y en las grandes celebraciones.
Regalamos plantas y flores como símbolo del amor, amistad, homenaje y agradecimiento por la hospitalidad. Nuestras casas están adornadas con jardines, nuestras ciudades con parques, nuestros países con reservaciones nacionales. Lo primero que hace una mujer para llevar vida y animación a una estancia, es colocar en ella una planta o un hermoso florero con flores frescas y lozanas. Es increíble el impacto que causa un manojo de flores en la sala o en la recámara, porque son espíritus vivos, que emanan energía positiva para nuestros espíritus también.
El dogma de Aristóteles de que las plantas tienen almas, pero no sensibilidad, se perpetuó a lo largo de la Edad Media y llegó hasta el siglo XVIII, cuando Carl Von Linneo, abuelo de la botánica moderna, afirmó que las plantas sólo se diferenciaban de los animales y de los humanos en que carecen de movilidad, concepto refutado por el gran botánico del siglo XIX, Charles Darwin, quien demostró que cada uno de sus zarcillos es capaz de moverse independientemente.
Como dice Darwin, las plantas sólo adquieren y utilizan este poder, cuando les representa algún beneficio.

A principios del Siglo XX, un experto biólogo vienés de nombre Raoul Francé, lanzó la idea, extraña y hasta escandalosa para los filósofos naturales de aquel tiempo, de que las plantas mueven su cuerpo con la misma libertad, facilidad y gracia el más hábil humano o ser humano y la única razón de que no caigamos en la cuenta de esto, es que lo hacen a ritmo mucho más lento que los hombres.
Las raíces de las plantas, decía Francé, buscan su camino inquisitivamente hacia el interior de la tierra, sus capullos y vástagos describen círculos concretos, sus hojas y flores se inclinan y estremecen ante el cambio, sus tallos y remitas exploren en torno suyo y alargan sus brazos para tantear sus alrededores.
El hombre, decía Francé, cree que las plantas no se mueven ni sienten porque no se toma el tiempo suficiente para observarlas.
El ingenio de las plantas para arbitrar formas de construcción excede con mucho al de los ingenieros humanos. Las estructuras hechas por el hombre no pueden compararse con la fuerza de los largos tubos que resisten pesos fantásticos contra tremendas tempestades.
Las fibras enroscadas en forma de espirales, constituyen para las plantas su mecanismo de gran resistencia al desgarre, que el ingenio humano no ha sido capaz de desarrollar.
Las células, se alargan como salchichas o cintas planas entrelazadas unas con otras para formar cuerdas casi irrompibles.
Al ir creciendo un árbol, va engrosando científicamente para soportar el peso mayor.
El eucaliptus australiano puede levantar la cabeza sobre un tronco delgado hasta cerca de 146 metros, o sea, la altura de la Gran Pirámide de KEOPS, y hay nogales que pueden producir y soportar el peso de 100,000 nueces.

Las plantas tienen inclusive un sentido de orientación y del futuro.
Los cazadores y exploradores fronterizos de las praderas del Valle de Missisipi, descubrieron un girasol, el Silphium laciniatum , cuyas hojas indican con toda exactitud los puntos de la brújula.
El regaliz indio, o Arbrus precatorius, es tan delicado y sensible a todas las formas e influencias eléctricas y magnéticas, que se utiliza como planta indicadora del tiempo atmosférico. Los botánicos que hicieron los primeros experimentos con esta planta en los Kew Gardens de Londres, descubrieron en ella dispositivos para predecir ciclones, huracanes, tornados, terremotos y erupciones volcánicas.
Las flores alpinas aciertan cuánto se relaciona con las estaciones de manera tan precisa, que saben cuando llega la primavera y se abren camino ascendente a través de los bancales de nieve tardíos, desarrollando su propio calor para derretir la nieve. Estas plantas que reaccionan con tal exactitud, puntualidad y variedad al mundo exterior, deben tener, para comunicarse con este mundo, según Francé, algunos medios comparables o superiores quizá a nuestros sentidos.
Las plantas, según Francé, están continuamente observando y registrando acontecimientos y fenómenos de los que no se sabe nada el hombre, prisionero de su punto de vista antropocéntrico del mundo, que le revela a través de sus cinco sentidos, pero que no les hace el menos caso.
Aquí hago la analogía con nosotros, los humanos. Que tenemos que estar conscientes que para crecer y florecer, tenemos a veces que irnos a las profundidades, hundiéndonos en la tierra, así como ellas, como atraídas por la fuerza de gravedad, y proyectándose al aire como si tirase de ellas cierta forma de antigravedad o ingravidez.

Aunque se ha considerado a las plantas como autómatas insensibles, se ha averiguado últimamente que tienen capacidad para distinguir sonidos inaudibles, al oído humano y longitudes de onda de color, como el infrarrojo y el ultravioleta, invisibles al ojo humano son particularmente sensible a los rayos X y a la televisión de alta frecuencia.
Raicillas como gusanos que Darwin comparaba con un cerebro, están constantemente horadando hacia abajo la tierra con sus blancos filamentos, agarrándose firmemente a ella, y probando su sabor mientras siguen avanzando.
Cuando la tierra está seca -así nosotros, cuando las cosas se ponen mal a nuestro alrededor- las raíces se vuelven hacia un suelo más húmedo, abriéndose camino por tubos enterrados, extendiéndose como la alfalfa rastrera, por ejemplo, hasta más de diez metros, con una energía capaz de perforar el cemento.
Nadie ha contado todavía la raíz de un árbol, pero el estudio de una sola planta de centeno ha arrojado un total de mas de 13 millones de raicillas, cuya longitud combinada pasa más de 600 kilómetros.
En esta analogía, nos daremos cuenta de que nuestras raíces, así como las del centeno, es como una bomba de energía que se sumerge a profundidad cuando necesitamos cargarnos de ella, en situaciones adversas.
Al hacerlo nos contactamos con nuestro espíritu más profundo y encontramos las respuestas que necesitamos para crecer, renacer y florecer en las situaciones más adversas que vivimos. Igual que las plantas, igual que las flores y todas las hierbas vivas. Es una cadena de vida, las hojas de un girasol, transpiran en un día tanta agua como la que suda un hombre
En un día cálido un solo abedul, puede absorber hasta cerca de 400 litros, exudando una humedad refrescante de sus hojas.

No hay planta que no tenga movimiento, decía Francé, todo crecimiento, es una serie de movimientos, las plantas están constantemente dedicadas a inclinarse, girar y temblar. Pueden alargarse, o explorar en dirección a lo que quieren en formas tan misteriosas como las que podía crear la novela más fantástica.
No es casualidad el que las plantas adopten determinadas formas para amoldarse a la idiosincrasia de los insectos que las polinizan o fecundan con polen, atrayéndolos con un color y fragancia especial, premiándolos con su néctar favorito,
Preparando canales particulares y determinada maquinaria floral, con lo que aprisionan a una abeja, a la cual ponen en libertad por una puerta de escape cuando se ha terminado el proceso de polinización.
¿Se dan cuenta de la analogía que hay con el ser humano? Las flores y las plantas, se ADAPTAN, a su medio ambiente, cambiando o canalizando sus fortalezas hacia donde las lleve a sobrevivir. Se cambian de color, de consistencia, trepan, o bajan adónde haya condiciones adecuadas para seguir sobreviviendo, porque es su instinto, vivir y reproducirse…
Florezcamos nosotros, así como la primavera ofreciendo a los demás lo mejor de nosotros mismos.
Florece haciendo cosas positivas para tu entorno, porque venimos a servir, a colaborar, a aportar a esta dimensión.
Hay que emular a la naturaleza renovándonos de cuándo en cuándo y reinventándonos para poder trascender.

Es tiempo de desempolvar nuestra mente, de sacar todo lo viejo, de desenraizar la maleza y abonar la tierra, no se pueden poner semillas donde hay raíces viejas enraizadas porque no hay forma de expandirse.
Contemplar la visión de un futuro humano floreciente, transformará tu vida.
Cuando florecemos después del invierno que hemos pasado en nuestras vidas, le sacamos el máximo provecho a la vida.
Se convierte en una herramienta para enriquecer la existencia individual y colectiva de nosotros.
Por ejemplo, las flores. ¿Cómo florecen las flores?
En este planeta no hay nada más bonito que una flor, ni más esencial que una planta. La verdadera matriz de la vida humana es la capa verde que cubre a la madre tierra.
Sin las plantas verdes no comeríamos ni respiraríamos. Bajo la superficie de cada hoja hay un millón de labios móviles que se dedican a devorar anhídrido carbónico y a despedir oxígeno.
Más de 64 millones de kilómetros cuadrados de superficies cubiertas de hojas están cada día realizando este milagro de la fotosíntesis.
Produciendo oxígeno y alimentos para el hombre y los animales.
Cada estación, florecen y se renuevan sus retoños, adaptándose a los climas, a las condiciones de lluvia, de sol, de tierra, de oxígeno, de agua…de nutrientes, de luz… la naturaleza misma nos pone el ejemplo de cada estación de dejar ir todo aquello que ya cumplió su ciclo y su función.
¿Por qué nosotros no?
El bienestar es lo que buscamos todos los seres humanos de todas las razas y culturas del mundo. Porque venimos a ser felices y no a padecer.
Si tenemos un dolor, tenemos que vivirlo en su justa dimensión y darle vuelta a la hoja y continuar viviendo felices, sin continuar el sufrimiento.
Es parte de la vida y debemos aprender a ser como las plantas, que después del invierno…
¡Florecen!
Triny Terrazas.
Sabiduría milenaria.